Los procesos de integración latinoamericana afrontan el nuevo contexto creado por la crisis global. Este cuadro induce tres posibilidades de evolución: mayor balcanización, asociaciones al servicio de las clases dominantes o avances hacia la unidad antiimperialista.
TRANSFORMACIONES INTERNACIONALES
El curso de la integración está condicionado por la recesión mundial que empezó en el 2008, generó quiebras financieras el año pasado y desembocó en el respiro actual. Este alivio obedece a un socorro estatal a los bancos, que no ha disipado el horizonte de nuevas recaídas. Si los gobiernos de los países centrales continúan sosteniendo la economía con endeudamiento público, tarde o temprano deberán afrontar las consecuencias del colapso fiscal. Y si cortan ese auxilio, reaparecerá el fantasma de una gran depresión. Todos los presidentes, ministros y funcionarios están atrapados en esta encrucijada y cotidianamente oscilan entre la continuidad del socorro y la introducción de drásticos ajustes. La crisis en curso es específica del período neoliberal, pero que no obedece al exceso de especulación o a la falta de regulación. Estas anomalías solo desencadenaron una conmoción capitalista que presenta formas itinerantes. La crisis se desplaza desde hace dos décadas por distintas regiones, generando dramáticas convulsiones y profundas transformaciones.
En las economías desarrolladas la recesión ha sido generalizada. Pero a diferencia de lo ocurrido en el 30 hasta ahora predomina una intervención coordinada de los estados, que limita el proteccionismo y elimina cualquier horizonte de guerra entre las grandes potencias. Lo llamativo de un temblor originado en Norteamérica es su fuerte irradiación hacia el resto de las economías avanzadas. Estados Unidos ha logrado mantener la supremacía del dólar y el respaldo a los bonos de Tesoro, mediante acciones globales de la Reserva Federal. El secreto de esta intervención no se encuentra tanto en la economía, como en el papel que cumple el Pentágono como protector militar de todas las clases dominantes del planeta.
Esta supremacía norteamericana explica el estancamiento de Japón, que ha recaído en la deflación sin haber superado la regresión de los años 90. Pero el centro de la tormenta se localiza actualmente en Europa, que afronta una coyuntura financiera muy complicada, en un contexto de fulminante desempleo. Mientras la inversión continúa frenada y los capitales emigran hacia Oriente, la Unión Europea tiene serias dificultades para sostener el euro. Como no ha se logrado constituir un estado con autoridad suficiente para gestionar una moneda continental, Alemania tiende a dictar las reglas que rigen a toda comunidad. Esta acción se desenvuelve junto a una sostenida carrera entre gobiernos conservadores y socialdemócratas, para ver quién destruye más rápido las conquistas sociales de posguerra.
El segundo dato que emerge de la crisis es el terrible empobrecimiento de la periferia inferior del planeta. Las tragedias sociales se multiplican junto a retracción de las remesas y la expansión del hambre, que genera el encarecimiento de los alimentos. El grueso de los países del Tercer Mundo está sufriendo una generalizada expropiación de sus recursos naturales. El carácter polarizador que asume la acumulación global se verifica en esta depredación de la energía, el agua y las materias primas.
El tercer rasgo del contexto actual es el sostenido ascenso de economías intermedias como China, India, Brasil, Sudáfrica o Rusia. Son países con experiencia previa de dominación regional o con grandes recursos demográficos y naturales. Ya existen numerosas denominaciones para describir a estos nuevos actores (emergentes, BRICs), pero lo más importante es registrar el aumento de su gravitación geopolítica. La sustitución del restringido G 7 por el ampliado G 20 en el manejo de la agenda global, ilustra esta irrupción. Sin lugar a dudas, el dato más relevante es la súbita conversión de China en un protagonista central del escenario mundial. Ya actúa como potencia y empieza a contar con una clase media que consume y una clase obrera que logra victorias en aguerridas huelgas.
Conviene igualmente evitar las exageraciones y notar que estos países intermedios están muy lejos de conformar un contrapoder global. Su participación en el producto bruto mundial es bajo y su ingreso capita dista mucho de los promedios del Primer Mundo. Dadas las divergencias comerciales que separan a sus integrantes, habrá que ver además si logran constituirse como un bloque autónomo.
Cada sub-potencia tiende a privilegiar su propio interés geopolítico regional en desmedro de la acción conjunta. Todos reciben, además, tentadoras ofertas de alianza bilateral con Estados Unidos. Entre estas economías ascendentes y la primera potencia existen tensiones de todo tipo. Pero hasta ahora ha predominado la asociación y el compromiso. El continuado financiamiento chino del déficit norteamericano retrata esta convergencia. No sería la primera vez que Estados Unidos incorpora a nuevos socios a su gestión imperial.
Pero ya es perceptible la existencia de un escenario de mayor dispersión o equilibrio entre las fuerzas capitalistas del planeta. Muchos analistas utilizan el término multipolar para describir un contexto que difiere significativamente de los realineamientos del pasado. El marco que acompañó al bloque de países No Alineados, a las conferencias antiimperialistas de Bandung o a las propuestas de Nuevo Orden Económico está muy alejando de la coyuntura actual. Las nuevas potencias no actúan en sintonía con proyectos de emancipación popular. Al contrario expresan los intereses de sectores enriquecidos, que aspiran a consolidar sus negocios y su poder con acciones en el exterior.
En la fase actual del neoliberalismo se están consumando, por lo tanto, tres cambios de largo alcance: una reorganización general de las economías desarrolladas, un mayor empobrecimiento de la periferia inferior y un ascenso de varios países intermedios. Este escenario presenta contornos mucho más complejos que el simple ensanchamiento de la brecha entre el Norte y el Sur o de la fractura entre el centro y la periferia. Predominan las polarizaciones, los contrapesos y las bifurcaciones de los desniveles internacionales. Estas combinaciones repiten amalgamas que signaron a toda la historia del capitalismo. Las mismas mixturas que prevalecieron en la acumulación primitiva, en el colonialismo o en el imperialismo clásico vuelven a irrumpir en la era neoliberal.
LA COYUNTURA REGIONAL
La reconfiguración global tiene impactos múltiples sobre América Latina. En el plano inmediato las consecuencias de la eclosión financiera han sido limitadas. La crisis tuvo un fuerte efecto el año pasado, pero durante el 2010 se verificó una tendencia inversa a la recuperación. Existen datos de crecimiento en la mayoría de los países, que confirman el relativo desahogo de la región frente a la turbulencia mundial.
Esta desconexión obedece al efecto cíclico que tienen las turbulencias actuales. América Latina ya padeció estos efectos en el período anterior y por eso transita ahora por la clama que sucede a la tormenta. En las crisis de la década pasada, la región procesó una gran depuración de los bancos, una terrible reestructuración de las principales empresas y una brutal desvalorización de la fuerza de trabajo. Esta cirugía explica el cuadro de alta rentabilidad que se verifica en casi todos los países.
Este escenario no es igualmente uniforme, ya que perdura la brecha que separa a México (y los países centroamericanos) de Sudamérica. Mientas que el primer grupo mantiene su alta dependencia del Norte, el segundo conglomerado ha incrementado la diversificación comercial. Por esta razón afloran las desigualdades y el gran desplome que padeció la región azteca dista de mucho de la euforia que se vive en Brasil.
Tampoco las finanzas latinoamericanas afrontan el colapso que se vivió en los años 80 o 90 y que actualmente soporta la periferia europea. El volumen de las reservas supera el promedio histórico y el nivel del endeudamiento externo ha bajado. Estas ventajas de la coyuntura son igualmente inestables y pueden convertirse en una adversidad, si la región se transforma en el próximo epicentro de burbujas con acciones, inmuebles o monedas, que han quedado vacantes en las economías avanzadas.
El alivio en los datos macroeconómicos de la región no se traduce sin embargo en mejoras sociales significativas. La reactivación ha reducido muy limitadamente el desempleo, la pobreza estructural y la precariedad laboral. Cualquiera sea la tónica del ciclo, la brecha social continúa ampliándose en una zona que padece los mayores índices de desigualdad de todo el planeta. Esta inequidad potencia la desintegración social y multiplica el explosivo incremento de la criminalidad. Casi todos los países latinoamericanos están corroídos por un flagelo que se expande junto a la destrucción de las comunidades agrarias, la masificación de la marginalidad urbana y la degradación de la escuela pública.
Esta realidad social es ignorada por todos los economistas ortodoxos, que suelen atribuir el carácter atemperado de la crisis actual en la región a la disciplina fiscal, la restricción monetaria o el endeudamiento controlado. Constatan que la prosperidad del 2003-08 permitió acumular mayores ingresos fiscales, que todos los gobiernos utilizan para sostener el nivel de actividad. Pero los neoliberales olvidan que la existencia de esos recursos no es un premio a la sobriedad administrativa. Es un resultado directo del ajuste social precedente que sufrieron las mayorías populares.
Por su parte los economistas heterodoxos explican el carácter regional limitado de la crisis por la primacía de políticas de intervención estatal. Consideran que estas acciones han permitido sostener la demanda y el consumo. Pero en los hechos, estas orientaciones no han sido patrimonio exclusivo de algún tipo de gobiernos. Las mismas políticas que implementó la heterodoxia han sido aplicadas por administraciones ortodoxas. En realidad, la regulación estatal ha operado tan solo un elemento y no como el principal freno de la recesión global. Lo que cambió es el contexto, el ciclo y la localización de una crisis capitalista, que esta vez golpea más a Europa, Estados Unidos o Japón que a Latinoamérica
EL MODELO EXTRACTIVO
Es evidente que la economía regional está operando con el viento de cola que aportan los altos precios internacionales de las materias primas. La continuada demanda de las economías intermedias explica este auge, en un contexto de recesión en los países desarrollados.
Pero es evidente que este encarecimiento de las exportaciones afianza un perfil primarizado, muy alejado de la industrialización predominante en la región asiática. Con este esquema se consolida la dependencia tradicional del vaivén internacional que sufren los precios de los metales, los alimentos o el combustible.
En la mayoría de los países está recuperando primacía un modelo extractivo, que canaliza los principales proyectos de infraestructura. Estas iniciativas apuntan a garantizar la comercialización externa de materias primas con poco valor agregado y escaso nivel de elaboración.
En lugar de cuestionar este modelo, muchos economistas de CEPAL han optado una reivindicación opuesta a la tradición industrialista. Ignoran los argumentos que se esgrimieron durante décadas contra las nefastas consecuencias del modelo agro-minero exportador. Simplemente omiten todas las consecuencias que acarrea el sometimiento externo a la venta de productos básicos.
Este patrón de exportaciones primarias aumenta la vulnerabilidad de la región y profundiza la carencia de empleo productivo. Es un esquema que perpetúa la pobreza y expulsa la población rural, sin gestar puestos de trabajo equivalentes en las áreas urbanas. Los viejos problemas de esta inserción exportadora han quedado potenciados por la devastación ambiental que impone la minería a cielo abierto, la deforestación y el uso irracional del suelo para ampliar monocultivos.
Esta combinación de renovada gravitación de las materias primas y crisis del viejo industrialismo tiene nítidos correlatos sociales en la configuración de las clases dominantes. Se afianza una sustitución de las antiguas burguesías nacionales -promotoras del mercado interno- por nuevas burguesías locales, que jerarquizan la exportación y la asociación con las empresas transnacionales.
Este marco consolida, a su vez, la gravitación de las nuevas multinacionales latinas, que se han conformado en torno a compañías de capital mixto, especializadas en la exportación de productos básicos. En esta configuración, no hay extranjerización total de la economía latinoamericana, ni pura dominación transnacional. Lo que se profundiza es una nueva asociación entre los grupos locales más concentrados con el poder financiero global.
Esta alianza se verifica actualmente en la sustitución de la antigua burguesía industrial brasileña por un nuevo bloque de banqueros, hombres del agro-negocio y exportadores industriales. El mismo proceso se traduce en México en el apoyo mayoritario del gran capital nativo a los tratados de libre-comercio. Tendencias semejantes acrecientan la gravitación de los agro-exportadores en Argentina.
Este tipo de asociaciones de las clases dominantes con el capital transnacional explica también la incorporación de México, Brasil y Argentina al G 20. Es falso suponer que los países latinoamericanos concurren a estos encuentros con una agenda progresista. Hasta ahora han demostrado que comparten las prioridades del capitalismo global, especialmente a la hora de socializar las pérdidas de los grandes bancos con recursos públicos.
Por las mismas razones se ha generalizado una resignada aceptación del rol del FMI. México ya solicitó un nuevo crédito, Brasil subió la apuesta aportando capital fresco al organismo y Argentina está negociando algún tipo retorno al Fondo. Esta institución no ha registrado ningún cambio significativo. Al contrario, ofrece un cínico préstamo a Haití en medio de la destrucción causada por el terremoto y vuelve a imponer los ajustes de siempre, a los pueblos de Grecia, España o Portugal.
Es totalmente falso suponer que FMI aprendió las lecciones del pasado y ya no exige sacrificios. En los hechos continúa implementando la misma política de reducción de salarios a los empleados públicos y contracción del gasto social, que desangró a la población de América Latina.
LIBRECOMERCIO IMPERIAL
El nuevo escenario regional ha renovado la disputa entre tres proyectos estratégicos de integración. Hay un curso imperial encabezado por Estados Unidos, cuyo objetivo es relanzar las iniciativas del libre-comercio, que fueron bloqueadas por el fracaso del ALCA. Esta orientación pretende reforzar el viejo rol de América Latina como abastecedor de recursos naturales del Norte. La administración de Obama está empeñada en revertir el retroceso sufrido por la primera potencia en la región, con medidas que pavimenten una nueva secuencia de tratados bilaterales.
Estados Unidos busca recuperar el terreno perdido a manos del capital europeo. Los representantes del Viejo Continente no disputan preeminencia militar, ni liderazgo político en la región, pero han logrado favorecer a ciertas compañías mediante convenios comerciales y audaces intervenciones en los procesos de privatizaciones. El Departamento de Estado intenta ahora aprovechar la adversidad que impone la recesión global a las firmas españolas, para reconquistar posiciones frente al segundo inversor externo de América Latina. La llegada de China a una zona históricamente alejada del radio de acción oriental representa un desafío más serio. Por esta razón el Departamento de Estado ya reaccionó suscribiendo un acuerdo de libre comercio transoceánico, que aglutina bajo un paraguas común a los socios de la costa asiática y sudamericana del Pacífico. Todos saben que el gran botín en juego son los inconmensurables recursos naturales, que atesora América Latina.
Por otra parte, la implementación del libre-comercio imperial exige afianzar las políticas económicas ortodoxas, que practican los gobiernos de Perú, Colombia o Chile. Pero el epicentro de esta orientación continúa situado en México. Las nefastas consecuencias que ha generado la dependencia hacia el mercado estadounidense no han modificado hasta ahora una política neoliberal continuada, que aleja a México de los giros verificados en Sudamérica. Este curso ortodoxo consolida el carácter vulnerable de un esquema de maquilas y exportaciones petroleras hacia Estados Unidos.
La política imperial de libre-comercio requiere un sostén militar con acciones del Pentágono, que desenvuelven con la reactivación de la IV Flota. Un ensayo de estas operaciones fue la reciente invasión a Haití, que los marines no consumaron para distribuir ayuda humanitaria, sino para bloquear la llegada de refugiados.
El golpe de Honduras se inscribe en la misma estrategia ya que habría abortado en cinco minutos, sin el auspicio de la embajada norteamericana. Lo ocurrido en ese país demostró que el golpismo no es una reliquia del pasado, sino un curso abierto para introducir dictaduras pos-bananeras en situaciones críticas. Ese golpe envalentonó a su vez a otros derechistas de la región, especialmente en los países dónde las elites dominantes no toleran ni siquiera las reformas más tibias. Este clima agresivo empuja a mayores atropellos contra los pueblos, como lo prueba la violencia oficial en Perú contra las comunidades indígenas del Amazonas y la embestida gubernamental en México contra el sindicalismo independiente.
Pero la amenaza belicista más terrible está localizada en las nuevas bases militares de Colombia, que lograron cierta convalidación diplomática entre los gobiernos sudamericanos. Con el argumento de salvar la continuidad UNASUR, estas administraciones se avinieron a aceptar esa presencia del Pentágono. El libre-comercio imperial no solo se asienta en el respaldo militar. Necesita también nutrirse de las campañas ideológicas reaccionarias que implementan los grandes medios de comunicación. Estas empresas recurren a una escandalosa manipulación de la información, para fijar la agenda política cotidiana en todos los países. Por esa vía se recrean los valores conservadores, induciendo el resentimiento de las clases medias y la confrontación con los sectores más empobrecidos.
La política de libre-comercio forma parte de la contraofensiva que implementa la derecha, para doblegar las rebeliones populares de la última década. La reacción ya no actúa con la misma frontalidad que en los años 90 y enfrenta severos límites para imponer sus orientaciones. Pero conforma la mayor amenaza para las aspiraciones populares de la región.
REGIONALISMO CAPITALISTA
Una política muy distinta a la contraofensiva imperial ofrece el regionalismo capitalista del MERCOSUR. Este proyecto expresa los intereses de las clases dominantes locales encabezados por la burguesía brasileña, que está afianzando su influencia geopolítica.
Aunque Brasil mantuvo un ritmo de crecimiento moderado en los últimos años, sus empresas se han expandido en torno a un grupo de firmas multinacionales, que ya operan como jugadores globales. El centro de sus actividades es la agro-exportación tradicional, complementada con soja y etanol. Esta gravitación explica la fuerte resistencia de los dominadores a cualquier proceso de reforma agraria. También esclarece la inclinación de todos los gobiernos a negociar convenios internacionales de apertura importadora, a cambio de un mayor acceso a los mercados agrícolas.
A diferencia del resto de la región, Brasil preserva una estructura industrial significativa y exporta este tipo de bienes a sus vecinos. Comercializa productos manufactureros básicos, que reflejan un retraso tecnológico del país no solo frente a las economías centrales, sino también ante sus pares de Asia. Pero estas limitaciones no desmienten un creciente liderazgo económico de Brasil, que se traduce también en mayor influencia geopolítica, fuerte aprovisionamiento bélico y reiteradas iniciativas diplomáticas para lograr un asiento en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
La diplomacia brasileña trabaja a dos puntas, mediante acciones de mayor autonomía y mayor asociación con Estados Unidos. Por un lado motoriza la gestación de una OEA sin la primera potencia y por otra parte ocupar militarmente a Haití, en estrecha vinculación con los marines. Con este tipo de exhibiciones de fuerza busca demostrar un perfil de sub-potencia capaz de imponer orden a escala regional, mientras custodia las riquezas del Amazonas. La clase dominante de Brasil pretende ocupar los espacios abiertos por la crisis de dominación estadounidense. Busca una redistribución de roles en la coordinación hegemónica con el poder norteamericano. Se comporta como las restantes economías intermedias en ascenso, pero comparte más agendas económicas y estratégicas con Estados Unidos que Rusia, China o la India.
Aunque se encuentra todavía está muy lejos del pelotón de líderes mundiales, Brasil ya dejó atrás su vieja condición de economía puramente dependiente. Pero el ejercicio de un eventual liderazgo tiene un precio y obliga a ciertas concesiones a los socios regionales del MERCOSUR. Estas medidas suscitan a su vez fuertes tensiones internas entre las elites del país. Aunque la supremacía de Brasil ya es ampliamente reconocida por su viejo rival de Argentina (que acepta un acompañamiento subordinado), el proceso de regionalización continúa signado por grandes incógnitas.
Los gobiernos de centroizquierda -que han predominado en la zona en los últimos años- incentivan una integración que favorece a las grandes empresas. Como despliegan discursos progresistas es frecuente olvidar que los beneficios de esta regionalización han sido invariablemente monopolizados por las grandes firmas.
La convergencia de varias administraciones en torno a este regionalismo, no implica sin embargo unanimidad de política económica. En Brasil ha persistido una variante atenuada de neo-liberalismo, con cierto giro de la primacía anterior de los bancos hacia el equilibrio con el agro-negocio y los exportadores industriales.
Este bloque dominante ha permitido a los financistas, ruralistas y fabricantes preservar altas tasas de rentabilidad a costa de las mayorías populares. El gran incremento del asistencialismo no ha modificado la escandalosa la desigualdad social, que impera en el país. Los capitalistas han lucrado con una estabilización político-económica, que obedece en parte a la reducida participación de Brasil en el ciclo de rebeliones que conmovió al resto la región.
En Argentina ha prevalecido, en cambio, un mayor intento de ensayar cursos económicos neo-desarrollistas. Esta orientación constituye una reacción frente a la cirugía neoliberal más virulenta que sufrió el país, durante el vuelco hacia una especialización exportadora que desmanteló el viejo tejido industrial. El intento posterior de recomponer la gravitación de la burguesía industrial ha suscitado fuertes tensiones con el agro-negocio, en un escenario de persistente presencia popular. Las concesiones sociales otorgadas en el este marco expresan la existencia de un cambio de relaciones de fuerzas con los oprimidos.
Pero este tipo de políticas económicas no implican redistribución real del ingreso a favor del grueso de la población, ni tampoco reversión de la desarticulación productiva y extranjerización de la economía. Esta ausencia de un cambio de rumbo radical confirma que es erróneo utilizar el calificativo pos-liberal, para describir la orientación predominante.
Los gobiernos de centroizquierda que promueven el regionalismo capitalista difieren significativamente de las administraciones derechistas. Timonean una relación ambigua con Estados Unidos, toleran las conquistas democráticas y ponen atención en implementar planes sociales para reducir las tensiones con el movimiento popular. Toda su acción se encuentra invariablemente condicionada por el nivel combatividad y resistencia de los movimiento sociales.
En este terreno, existe un nítido contraste entre la experiencia brasileña y argentina. Mientras que en el primer país los dominadores pudieron consolidar una orientación social-liberal, en la segunda nación se han visto obligados a gobernar con un ojo siempre puesto en la reacción de los oprimidos. Uruguay ha seguido hasta ahora el patrón brasileño y en Chile concluyó una experiencia que no puede ser calificada con el mote de centroizquierda, Una administración que mantuvo la continuidad del legado pinochetista terminó sufriendo la sanción de un electorado, que optó por el original neoliberal en desmedro de la copia social-demócrata.
COOPERACIÓN ANTIIMPERIALISTA
Existe finalmente un tercer proyecto que apunta más a la unidad política que a la integración comercial de América Latina. Este planteo enfatiza los rasgos de cooperación que ha propuesto el ALBA. Esta iniciativa surgió como un proyecto de intercambio solidario opuesto al ALCA y diferenciado del MERCOSUR y se convirtió posteriormente en una referencia radical con horizontes populares. Impulsa programas muy distintos a las plataformas usuales de las clases dominantes.
El ALBA ha logrado preservar -en condiciones internacionales adversas- ciertos principios solidarios, especialmente en las formas de asociación desarrolladas con Cuba. Por el momento, este proyecto vale más por las iniciativas que aporta que por sus propias realizaciones. Es una acción de resistencia, que promueve también avances en la gestación de una arquitectura financiera autónoma y en el desarrollo de mecanismos de protección de la región frente a la crisis.
Son particularmente importantes todas las propuestas para desenvolver modalidades de monedas regionales, que permitan emancipar a la zona del reinado del dólar. También son decisivas las ideas en debate para forjar un fondo de estabilización monetaria.
Pero no hay que perder de vista las dificultades que afrontan estos proyectos. La puesta en marcha del Banco del Sur ha quedado obstaculizada por las dilaciones que impone Brasil, para evitar la aparición de una entidad rival del BNDES. Aunque aceptó ciertos criterios de funcionamiento igualitario para ese Banco, Brasil ha limitado su financiación y la materialización de proyectos cooperativos, comunitarios o sociales opuestos a las prioridades de las compañías multinacionales.
El ALBA ha intentado sortear estas dificultades creando su propio banco, avanzando hacia la constitución de un sistema de intercambio, multiplicando los tratados comerciales y creando una empresa de exportación e importación. Pero en la medida que persista como es un proyecto de países medianos y pobres, sus iniciativas afrontarán serias limitaciones objetivas.
En plano geopolítico el perfil del ALBA ha sido más nítido. Adoptó posturas de rechazo frontal a la contraofensiva derechista y denunció de manera contundente la complicidad estadounidense frente al golpe de Honduras. Además, propuso medidas de acción frente a la militarización de Colombia, que fueron bloqueadas por las reuniones de UNASUR.
El ALBA jugó un rol muy activo en el encuentro climático de Copenhague y motorizó en la Cumbre de Cochabamba categóricas denuncias del capitalismo. Ha difundido una línea de argumentación que reivindica la defensa ancestral de la tierra, frente a la degradación que impone la concurrencia por el lucro. La contrapartida de este cooperativismo antiimperialista en la política económica es el reformismo distribucionista, que han ensayado los gobiernos más radicales de la región. Esta orientación incluye cierta redistribución del ingreso, que suscita conflictos con las clases dominantes
Por primera vez en la historia de Venezuela los poderosos no han sido los únicos beneficiarios de la bonanza petrolera. Hubo significativos avances populares que se financiaron con el incremento del gasto social. Por su alto grado mayor de subdesarrollo, Bolivia afronta mayores obstáculos para garantizar estas mejoras sociales. Pero se ha utilizado la renta de los hidrocarburos para introducir una cobertura a la niñez, un ingreso para los jubilados y un subsidio para las mujeres embarazadas. También en Ecuador se ha concretado cierto incremento del salario mínimo y mayor control sobre el trabajo precario, en un marco de extensión de las coberturas asistenciales
Pero este tipo de medidas solo constituyen puntos de partida para enfrentar desventuras sociales de largo arrastre. Ninguna de las iniciativas adoptadas alcanza para resolver los problemas estructurales que soportan las economías periféricas y dependientes de la zona.
Para conseguir avances perdurables hay que utilizar la renta de hidrocarburos para reducir la desigualdad social y desenvolver un proceso de industrialización. Estas iniciativas requieren a su vez ahondar las nacionalizaciones. Este camino es insoslayable para construir una industria moderna con mayor empleo, en países históricamente gobernados por burguesías rentistas.
Pero, además, resulta necesario democratizar la gestión de las principales compañías con formas de control obrero y social, ya que la burocracia estatal obstruye el funcionamiento de las empresas públicas y facilita el enriquecimiento privado. También resultará difícil concretar logros populares, si continúa la dilapidación de los recursos públicos con el pago de injustificadas indemnizaciones y si se pospone la introducción de un plan centralizado de inversiones públicas. Esta acción es indispensable para contrapesar la falta de inversión privada. Los acaudalados no están dispuestos a aportar un sólo un centavo de sus fortunas en escenarios económicos populares.
La experiencia también indica que las procesos económicos surgidos desde abajo, pueden terminan enriqueciendo a nuevas burguesías forjadas desde la cúspide del estado. En estos casos irrumpe el peor de los mundos, ya que subsisten los conflictos con las viejas clases dominantes sin dar lugar a una satisfacción de las necesidades populares.
Este tipo de tensiones tarde o temprano deberán zanjarse a favor o en desmedro de la boli-burguesía en Venezuela. También exigirá apuntalar o frenar la extranjerización de los yacimientos más ricos de Bolivia e iniciar o sepultar el giro económico popular que aún no se vislumbra en Ecuador. La importante auditoria de la deuda concluyó en ese país en un canje de pasivos, mientras que las tensiones con el movimiento indígena se afianzan a la hora de de definir el perfil de la explotación de los recursos naturales.
Todas estas disyuntivas se zanjarán en el plano político, en un complejo momento para los procesos radicales. En los últimos años se ganaron las principales batallas electorales contra todos los pronósticos del establishment, que confundió sus deseos con la realidad. Pero las principales confrontaciones permanecen irresueltas.
A medida que transcurra el tiempo, el dilema de radicalizar o congelar los procesos actuales se planteará con mayor crudeza. O se avanza hacia rupturas revolucionarias o tenderán a consolidarse las formas de capitalismo de estado, que se vislumbran en todos los países. Son dos perspectivas antagónicas, que están simbolizadas en la historia latinoamericana por el curso seguido por las revoluciones cubana y mexicana. El primer rumbo permitió introducir transformaciones sociales populares y el segundo condujo a gestar con el auxilio del aparato estatal, una nueva capa de opresores.
Este dilema entre el protagonismo popular o control desde arriba se plantea día a día en Venezuela. Es el mismo conflicto que opone en Bolivia a los partidarios de profundizar las conquistas desde abajo con los promotores del capitalismo andino-amazónico. En Ecuador, esta opción separa a quiénes promueven concretar las proclamas de la revolución ciudadana, con quienes se dan por satisfechos con un cambio de rostro de mismo sistema de dominación. Es indudable que el proyecto de unidad latinoamericana formulado en torno al ALBA se juega en el curso que adopten los procesos de Venezuela, Bolivia y Ecuador. Pero como siempre ha ocurrido, los caminos en disputa no serán decididos en un gabinete de funcionarios o en laboratorios de cientistas sociales. Lo determinante será la intensidad y el perfil de las resistencias populares, que el año pasado tuvieron una extraordinaria expresión en la lucha contra el golpe en Honduras. Esta misma línea de acción se manifiesta en las grandes batallas sociales, que se libran en distintos puntos de la región, en defensa de los recursos naturales.
Estas movilizaciones se desenvuelven en una coyuntura de crisis sistémica del capitalismo, que induce a debatir alternativas de largo plazo. La discusión actual sobre los modelos de integración converge con una polémica sobre el sistema social del futuro. Una alternativa es profundizar las formas de integración capitalista que imponen los TLC y el MERCOSUR y otro camino aporta el ALBA para alcanzar el socialismo del siglo XXI. Solo este segundo curso permitirá forjar la sociedad de justicia, libertad e igualdad, que necesitan los pueblos de América Latina.
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