En pocos países se observa un declive económico tan pronunciado. La inadecuación capitalista a la globalización productiva determina la aguda inestabilidad política. El devenir del país se dirime en las calles y en la confrontación con la derecha, enemistada con los derechos humanos y la educación pública.
Las administraciones liberales agravan las crisis que atribuyen a sus adversarios, se desligan de la corrupción que fomentan y no registran su propia práctica de populismo. Añoran un pasado idealizado por la oligarquía y desprecian a los empobrecidos.
Los remedios neo-desarrollistas son insuficientes y se desvanecen frente a la adversidad internacional. La experiencia kirchnerista confirma ese diagnóstico y la inviabilidad de un capitalismo inclusivo. Las protestas populares aportan el principal freno a la regresión social y son el único antídoto a la resignación.