La suspensión del bombardeo a Siria ilustró la oposición que enfrentan las agresiones imperialistas. Pero Estados Unidos mantiene su propósito de destruir a un régimen adversario, impedir el resurgimiento de Rusia y frenar el desarrollo nuclear de Irán. No puede repetir Libia en una región que concentra complejas disputas geopolíticas.
Arabia Saudita y Qatar sostienen otro eje reaccionario, mientras Israel consolida la desposesión del pueblo palestino. Los yihadistas cumplen un papel análogo al fascismo y son enemigos de la unidad antiimperialista árabe.
La revuelta democrática en Siria se ha transformado en un desangre manipulado por potencias rivales. Esta involución tiende a repetir lo ocurrido en Irak o Argelia. Las destrucciones imperiales, confesionales y estatal-militares permiten remodelar la estrategia norteamericana. Pero la primavera recobra vitalidad en la oposición a la islamización forzosa que ha irrumpido en Egipto, Turquía y Túnez.
Existen semejanzas con América Latina en los efectos del neoliberalismo, las dictaduras y la dominación extranjera. Pero el predominio confesional y el declive del nacionalismo radical y la izquierda reflejan experiencias políticas y condicionamientos históricos muy diferentes.
La guerra en Siria carece de horizontes progresistas y las campañas por una Paz con Justicia aportan una salida. Las obligaciones diplomáticas que enfrentan los gobiernos no se extienden a los movimientos sociales.
El antecedente de Libia demuestra cuán erróneo es el apoyo a los rebeldes o al régimen. No existen sólo dos campos en disputa. La primavera ya ha devenido en un duro otoño y puede desembocar en un invierno imperial. Pero también despuntan perspectivas de un verano democrático.