¿Qué es el neo-desarrollismo? III- Una visión crítica. Teoría y política

16.Jul.14    américa latina
   

El neo-desarrollismo elogia a los empresarios con la misma naturalidad que reivindica al capitalismo. Observa contratos voluntarios donde impera la coerción y percibe conductas emprendedoras entre los demandantes de auxilio estatal. Se amolda a burguesías locales más internacionalizadas y prioriza el sometimiento de los oprimidos a la imposición de mayor disciplina estatal a los poderosos.
El subdesarrollo no deriva de la ausencia de un funcionariado eficaz, ni se corrige con burocracias eficientes. Esas capas actúan en consonancia con las clases dominantes y reflejan sus limitaciones. El neo-desarrollismo atenúa la ideología nacionalista, eliminando resabios antiimperialistas. La distinción entre identidad y densidad nacional no explica los resultados de cada economía. El nacionalismo burgués ha perdido funcionalidad y tiende a ser sustituido por el regionalismo capitalista.
Mientras las nuevas miradas institucionalistas aceptan ritmos más pausados de desenvolvimiento, la identificación del desarrollo con la modernidad elude el análisis del capitalismo y sintoniza con los planteos tradicionales del liberalismo.
Al atribuir el subdesarrollo a la ausencia de elites clarividentes se olvida el comportamiento de las clases dominantes. La evolución divergente de Latinoamérica y el Extremo Oriente no obedece a la conducta de esas minorías, ni tampoco al rol de la tecnocracia. Hasta ahora el neo-desarrollismo sólo despunta como un esbozo en un escenario con predominio neoliberal.


¿Qué es el neo-desarrollismo? III- Una visión crítica. Teoría y política

Claudio Katz

El neo-desarrollismo reivindica al empresariado industrial como sujeto protagónico del desenvolvimiento. Esta defensa sintoniza con su mirada elogiosa del capitalismo. Algunos consideran que este sistema optimiza la evolución de la sociedad y otros estiman que constituye un dato invariable de la realidad. Todos cuestionan las consecuencias nocivas de ciertos modelos, pero aceptan los criterios de eternidad capitalista que ha difundido el neoliberalismo.

IDEALIZACIÓN Y REALIDAD

Los autores neo-desarrollistas repiten los mitos más corrientes sobre el funcionamiento armónico de las sociedades. Consideran que los individuos se organizan dentro de cierto territorio, en colectividades regidas por un destino que comparten todas las clases sociales. Suponen que existe un convenio implícito para mejorar el bienestar general, incrementando la competitividad internacional de cada conglomerado nacional. Ese acuerdo entre burguesías, burocracias y trabajadores funciona como un contrato social que permite el progreso de todos los involucrados .
Pero no aclaran por qué razón este imaginario consagra tantas desigualdades y funciona sin la aprobación previa de todos los firmantes. Si los trabajadores pudieran actuar libremente en la fijación concertada de las reglas sociales, establecerían remuneraciones equivalentes a su actividad y vetarían todas las formas de explotación.
El capitalismo se reproduce generando beneficios surgidos de la extracción de plusvalía. Se asienta en esa confiscación y no en la imposición de un consenso sobre la forma de distribuir el excedente. Lejos de favorecer a todos los integrantes de la comunidad, apuntala las ganancias de los poderosos a costa de los oprimidos. Ese manejo del poder por parte de una minoría no está sujeto a consultas, ni aprobaciones.
Esta realidad es imperceptible para el neo-desarrollismo. Se encuentra fuera del campo visual de sus teóricos, que comparten los valores y razonamientos de los grupos dominantes. Por eso observan la coerción económica que sufren los asalariados por parte de los capitalistas, como un contrato voluntariamente suscripto por ambas partes.
Con esa misma mirada reivindican a las burguesías latinoamericanas. Elogian su papel histórico en la constitución de las naciones, remarcan su creación de industrias, exaltan su manejo de los negocios y ponderan su generación de empleo .
Esta defensa contrasta con las visiones críticas que destacaron el comportamiento político pusilánime y la actitud económica improductiva de la burguesía industrial. Esos planteos contraponían la pujanza inicial de los capitalistas de las economías avanzadas con la ineptitud de sus equivalentes en la periferia .
Bresser ensaya un revisionismo de esta visión, sin aportar pruebas del empuje que habría caracterizado a los industriales latinoamericanos. Olvida que las burguesías industriales no jugaron ningún papel significativo durante la formación de las naciones latinoamericanas. Tampoco fueron artífices de la limitada industrialización registrada durante el siglo XX. Los estados cargaron con la mayor parte de esa tarea, frente a empresarios que siempre fueron más activos en la recepción de subsidios que en la introducción de inversiones
El teórico del neo-desarrollismo resalta especialmente la progresividad de la burguesía brasileña. Subraya que el protagonismo de ese sector nunca se interrumpió y polemiza con los teóricos de la Dependencia que cuestionaron ese papel. Estos autores destacaron que la dictadura de 1964 representó un momento de viraje regresivo en la conducta de los capitalistas .
Bresser rechaza esas caracterizaciones argumentando que la burguesía industrial nunca perdió vitalidad. Pero desconoce la principal discusión de ese período que estuvo centrada en el cambio de comportamiento de los capitalistas locales, como resultado de su creciente asociación con las firmas extranjeras. En su enfática defensa del empresariado omite la sustancial alteración del patrón de acumulación que introdujo ese giro.

OTRO TIPO DE CAPITALISTAS

Bresser confronta duramente con el marxismo y la revolución cubana por su rechazo del padrinazgo burgués. Sostiene que la esforzada tarea de los desarrollistas para apuntalar la conducta progresista del empresariado, siempre fue obstruida por la “izquierda burocrático-populista” .
Pero esta crítica reafirma su contradictoria caracterización de la burguesía nacional. Por un lado, realza la inclinación natural de este sector hacia la inversión productiva y por otra parte, señala que esa actitud exige auspicios externos por parte del estado. Si el espíritu emprendedor de los capitalistas fuera tan intenso, ese sostén estatal no sería indispensable. La pujanza del empresariado tampoco podría ser fácilmente neutralizada por las críticas de la izquierda.
Bresser convoca a los trabajadores a aceptar una alianza política conducida por la burguesía. Afirma que la constitución de un “frente poli-clasista” es decisiva para el desarrollo nacional. Nunca aclara cómo se distribuirían los réditos de ese acuerdo y oculta de qué forma han contribuido en el pasado a estabilizar la dominación de las clases opresoras.
Algunos analistas estiman que Bresser acentuó su hostilidad hacia la izquierda, al aproximarse al social-liberalismo de la Tercera Vía que encarnó Tony Blair. Pero su postura expresa también continuidades con la labor que desplegó durante los años 90, como mentor de las privatizaciones .
Bresser se desempeñó como alto funcionario de la gestión neoliberal de F. H. Cardoso. Aunque se considera heredero del nacional-desarrollismo de Furtado, participó de una experiencia gubernamental explícitamente opuesta a ese legado.
Esa tradición incluye posturas de resguardo del empresariado nacional frente a la competencia externa, que sólo algunos autores neo-desarrollistas preservan formalmente. Estos planteos constituyen la sombra del pasado, puesto que la nueva prioridad es la promoción de las exportaciones .
Bresser es más contundente. Considera que las economías intermedias ya no necesitan proteccionismo y sugiere erradicar el viejo pesimismo en el estancamiento manufacturero, la asfixia de la balanza de pagos o el agravamiento de la heterogeneidad estructural. Apuesta a la rápida conversión de las economías emergentes en potencias desarrolladas, rechaza las nacionalizaciones y propone acotar el gasto público .
Su postura refleja qué tipo de burguesías predominan en la actualidad. Los capitalistas reciben con gusto los subsidios del estado, pero objetan la propiedad pública. Se consideran más poderosos y menos necesitados de los auxilios que aportaban las compañías estatales. Usufructúan del gasto público pero desconfían del estado empresario.
Este cambio ilustra el pasaje de la vieja burguesía nacional a la nueva burguesía local. Los grupos que priorizaban el mercado interno, las barrearas arancelarias y la inversión pública han sido sucedidos por sectores más volcados hacia la exportación. Forjan empresas “multilatinas” con socios internacionales y promueven conductas políticas más conservadoras. Techint y Oberbrecht retratan esta nueva modalidad de intervención, enlazada con empresas transnacionales y también guiada por una gestión globalizada de los negocios .
La reivindicación de esta nueva burguesía exige argumentos más sofisticados. El desarrollismo clásico promovía la expansión de un empresariado industrial naciente en conflicto con la oligarquía exportadora. Esa tensión facilitaba la presentación de ese sector como un artífice del desarrollo nacional .
Pero los conflictos de los años 40-50 han quedado atrás. La burguesía local reforzó su ligazón con el agro-negocio y promueve la perpetuación del status quo. Ha estrechado vínculos con el capital extranjero y se ha regionalizado para capturar mercados de mayor envergadura. El neo-desarrollismo se amolda a esta nueva fisonomía del capitalismo zonal .

MISTIFICACIÓN DEL ESTADO

El neo-desarrollismo realza el papel de los estados nacionales como instrumentos transformadores de la economía. Subraya la gravitación de esa institución, no sólo por las garantías que aporta a la propiedad y a los contratos. Considera que cumple un papel irreemplazable en la organización del crecimiento y en la concertación de pacto sociales.
Este enfoque es contrapuesto a la teoría neoliberal del “estado mínimo” y a todos los discursos sobre el “retiro del estado”. Demuestra que esa retórica encubre la continuada expansión de un organismo, que acentúa su incidencia junto a la expansión de la acumulación. Lo que se modifica con el paso del tiempo son las funciones que ejerce el estado, para privilegiar ciertas actividades en desmedro de otras.
Pero el neo-desarrollismo no se limita a reconocer este protagonismo. Presenta la intervención del estado como una forma de asegurar el bienestar general, ocultando que esa institución es controlada por las clases dominantes. Basta observar cómo se recaudan los impuestos y se distribuyen los subsidios, para notar quiénes son los principales favorecidos por la administración estatal.
Al suponer que el secreto del crecimiento sostenido se encuentra en la fortaleza del estado, el neo-desarrollismo olvida que el subdesarrollo padecido por América Latina nunca obedeció a la debilidad de ese organismo. El estado siempre estuvo muy presente al servicio de los grupos sociales más obstructores del desenvolvimiento regional. El sostén brindado a esos sectores determinó el atraso histórico de la zona.
Algunas miradas neo-desarrollistas suelen destacar que la pujanza de cada economía depende de la capacidad exhibida por su estado para lidiar con las clases dominantes. Estiman que la diferencia entre América Latina y Asia, radica en la impotencia de la primera región para implementar las políticas, que disciplinaron a las elites de la segunda zona. Destacan que la intención latinoamericana de mantener satisfechos a los poderosos contrasta con la práctica asiática de someterlos al rigor de normas muy estrictas. Señalan que esta diferencia determinó resultados muy diferentes. El rentismo convalidado por los estados frágiles contrasta con la acumulación impulsada por los estados gravitantes .
Pero esta caracterización ofrece un retrato y no una explicación del problema. Contrapone estados con autoridad que aseguraron el crecimiento, con instituciones débiles que se dejaron manejar por los poderosos, como si la primera fuerza emergiera de alguna voluntad supra-natural de ordenamiento de la sociedad.
Este enfoque olvida que históricamente el estado se fortaleció junto a los grupos dominantes. No cayó del cielo para que lo utilicen libremente todos los ciudadanos. El estado fue forjado por las clases capitalistas para apuntalar su propia consolidación como sector hegemónico de la sociedad.
Es cierto que en prolongados procesos de transformación emergieron distintas variedades de estados del mismo pasado pre-capitalista. Pero en todos los casos la principal función disciplinaria de ese organismo fue ejercida contra los desposeídos, con explícitas formas de brutalidad policial-militar o con implícitos mecanismos de coerción económica.
Los neo-desarrollistas olvidan esta sujeción social o la ubican en un mismo plano que la gestión de tensiones entre los grupos dominantes. De esta forma el “estado fuerte” es presentado como un rival o contendiente de los industriales con los latifundistas o los banqueros. Pero en los hechos ha operado como una estructura burocrática asociada con esos sectores, en la prioritaria opresión de las mayorías explotadas.
Si los estados de los países asiáticos son más sólidos que sus pares de América Latina, es porque lograron imponer un mayor sometimiento de los trabajadores. Es evidente que gran parte del milagro oriental obedece a la sujeción laboral que se instauró en los talleres mundializados de la región. El neo-desarrollismo silencia este dato o lo describe como una circunstancia menor.
También olvida que los conflictos entre estados y clases dominantes no han sido patrimonio exclusivo del Extremo Oriente. Constituyen una norma en todos los países que cuentan con burocracias consolidadas en el sector público y entidades representativas en el sector privado. El primer segmento debe arbitrar el cúmulo de intereses presentes en el segundo grupo y no puede dirigir al estado sin favorecer a ciertos sectores contra otros.
Conviene recordar que las burocracias estatales de los primeros tigres asiáticos eran más autónomas de sus burguesías, pero también más dependientes del imperialismo estadounidense y del capital extranjero. Por razones geopolíticas (guerra fría) y económicas (etapa de internacionalización del capital), ese status no obstruyó su conversión en exportadores industriales. Cualquier comparación con Latinoamérica debe considerar estas diferencias.
La existencia de procesos sostenidos de acumulación no depende primordialmente de los conflictos entre burocracias, elites y capitalistas. Sólo cuando esas tensiones convergen con ciertas condiciones objetivas favorables para el crecimiento capitalista, hay expansión económica. En otras circunstancias los mismos choques sólo recrean el estancamiento.

RIVALIDADES Y BUROCRACIAS

El neo-desarrollismo identifica el crecimiento sustentable con una gestión adecuada del estado. Por esta razón propone crear un funcionariado eficaz, mediante la selección “meritocrática” de las capas dirigentes .
Pero la relación causal entre burocracias eficientes y elevados ritmos de acumulación que establece este enfoque weberiano es muy discutible. La eficacia en el manejo del estado surgió para consolidar crecimientos capitalistas ya preexistentes. Es un error invertir esa secuencia, suponiendo que el funcionariado óptimo ha sido la condición de la expansión burguesa.
Lejos de preceder y determinar el rumbo de los capitalistas, las burocracias se han reconfigurado junto a las clases dominantes. Por esta razón son espejos de las limitaciones que singularizan a cada segmento nacional de propietarios de los medios de producción.
El lugar de cada economía en la división internacional del trabajo ha condicionado por igual el comportamiento de ambos grupos. Pero la conducta de las clases dominantes define el patrón de evolución de las burocracias asociadas y no a la inversa. Esta primacía deriva de la naturaleza de una sociedad comandada por los capitalistas. Los estados son gestionados por capas reclutadas entre sectores afines a las clases opresoras.
Registrar esta jerarquía analítica de las relaciones entre los dominadores y sus burocracias es vital para comprender la dinámica contemporánea del estado. Con este enfoque se puede indagar el sustento de clase de esa institución (enfoque instrumentalista), sus mecanismos de reproducción (estructuralismo), las ligazones entre funcionarios y empresarios (visión asociativa) y las mistificaciones ideológicas que rodean a su desenvolvimiento (teorías de la comunidad imaginaria) .
Como el neo-desarrollismo rechaza este abordaje de clase, ignora de qué forma las burocracias actuales se amoldan a las prioridades de los capitalistas. Esa adaptación explica por qué razón ya no promueven en América Latina las formas estatales populistas, que en los años 50-60 facilitaban la alianza de la burguesía industrial con las elites modernizadoras. Esos pactos apuntalaban la sustitución de importaciones con un imaginario de mejoras sociales, que el esquema desarrollista posterior complementó fortaleciendo a las empresas públicas. El objetivo era potenciar el mercado interno y expandir el poder adquisitivo .
El modelo estatal predominante en la actualidad es muy diferente. Al cabo de varias décadas de privatizaciones, se amolda al giro exportador y a la primacía agro-minera. Prioriza los intereses de grupos concentrados e internacionalizados, que sólo aceptan coberturas asistenciales para administrar la pobreza.
Algunos neo-desarrollistas retoman los estudios recientes sobre la persistencia del estado nacional en la mundialización. Esos enfoques cuestionan acertadamente todas las teorías que postulan la inminente disolución de esa entidad en las redes transnacionales de la globalización .
Pero no alcanza con repetir que el estado nacional continúa cumpliendo funciones básicas para el funcionamiento del capitalismo, si no se explica cuáles son esas tareas. Los neo-desarrollistas suelen reiterar generalidades sobre la primacía de la regulación sobre el mercado, sin registrar que la principal razón de perdurabilidad del estado nacional radica en su papel en la explotación de los asalariados.
Sólo esa entidad cuenta con la autoridad histórico-política requerida para gestionar el manejo de la fuerza de trabajo. En las actuales condiciones de creciente internacionalización se necesita la mediación estatal, para lucrar con las diferencias salariales existentes entre los trabajadores de distintos países.
El neo-desarrollismo prioriza el estudio del rol jugado por el estado nacional en la competencia geopolítica mundial. Retoma especialmente las investigaciones que convocan a indagar esa función en el duro escenario de confrontaciones contemporáneas .
Pero también aquí olvidan que el fundamento de esa rivalidad son conveniencias de los capitalistas contrapuestas a los intereses populares. En las batallas por la “competitividad”, el éxito de un empresario sobre otro no se traduce en beneficios equivalentes para los trabajadores. La propia competencia refuerza los mecanismos de dominación y socava tendencias potenciales a la cooperación, que permitirían procesos de desarrollo al servicio de las mayorías populares.

NACIONALISMO ATENUADO

El viejo desarrollismo sintonizaba con el nacionalismo clásico y compartía su principio ideológico de plena identidad de intereses de los ciudadanos de cada país. Observaba a la nación como la entidad primordial de la sociedad y ponderaba la pertenencia a esa colectividad.
Esta concepción repudiaba las conductas antinacionales de las oligarquías subordinadas al capital extranjero. Recogía el fuerte rechazo de los oprimidos hacia esas minorías aristocráticas y logró una amplia adhesión popular prometiendo el desarrollo que surgiría de la derrota de esas elites.
En esta visión se asentó el nacionalismo burgués. Presentó su proyecto de industrialización, como una meta compartida por todos los excluidos de la dominación terrateniente. Con ese discurso facilitó el ascenso de los sectores modernizadores, que desplazaron del poder a las oligarquías agro-exportadoras. Esta mirada identificaba al libre-comercio con los intereses foráneos y al desarrollo fabril con las necesidades del pueblo.
Pero la lealtad a la nación fue colocada en los hechos al servicio de la burguesía industrial, ocultando que este sector se enriquece a costa de los asalariados. Las teorías nacionalistas nunca demostraron por qué razón los vínculos de un oprimido con el opresor del mismo territorio, deben prevalecer sobre la solidaridad internacional de los asalariados.
Las críticas de los marxistas resaltaron estas contradicciones. Postularon la progresividad histórica de los antagonismos entre clases sociales, frente a las rivalidades que oponen a las distintas naciones por el predominio regional o global. Cuestionaron además, los criterios románticos utilizados por las teorías nacionalistas para justificar la supremacía de la nación, como núcleo constitutivo de la sociedad y del estado. Des-mistificaron las narraciones y leyendas de las ideologías que enaltecían las trayectorias pasadas de las clases dominantes, ocultando los sufrimientos y resistencias de los oprimidos .
Pero el viejo nacionalismo también incluía aristas antiimperialistas que han desaparecido en las vertientes actuales. Ningún eco de las objeciones al colonialismo inglés y al intervencionismo estadounidense persiste en el neo-desarrollismo. El rechazo patriótico al imperialismo ha quedado diluido. Estos cambios reflejan la consolidación de nuevas burguesías locales conectadas con negocios transnacionales.
A medida que aumenta su amoldamiento a la globalización, el neo-desarrollismo atenúa el antiguo nacionalismo. Sólo mantiene una reivindicación formal de esa ideología, exaltando viejas disputas con el liberalismo .
Pero este tipo de reivindicación implica preservar los aspectos más conservadores del viejo nacionalismo, sin convergencias con programas sociales, ni con resistencias de los pueblos de la periferia. Para ganar espacios en el mercado mundial junto a los nuevos socios foráneos se remodelan las tradiciones conflictivas.

IDENTIDAD Y DENSIDAD NACIONAL

Otros teóricos neo-desarrollistas reivindican el nacionalismo como una modalidad soberana de adaptación al nuevo escenario mundial. Subrayan la existencia de “respuestas nacionales” a este contexto y postulan que “cada país tiene la globalización que se merece”. Distinguen la identidad de la densidad nacional. Mientras que el primer rasgo sólo determina la pertenencia a una misma nación, el segundo componente implica convicciones compartidas en torno a un proyecto productivo .
Este enfoque resalta la insuficiencia de las identidades culturales inspiradas en los valores universales que asumieron algunos países como Argentina. Consideran que el pilar identitario ha carecido de la densidad complementaria, requerida para asegurar la expansión productiva. Señalan que Japón forjó esta última cualidad en el pasado y Corea, China e India la construyen en la actualidad. Remarcan que la ausencia de ese atributo explica la desigualdad, concentración económica, inestabilidad política y subordinación ideológica que ha padecido Latinoamérica .
Con esta mirada retoman ciertos principios del viejo nacionalismo que resaltaba el nexo prioritario creado por el territorio, el idioma o el bagaje cultual común. Consideran que ese vínculo debe prevalecer por encima del posicionamiento social. La condición de acaudalado o empobrecido es vista como dato menor frente a la pertenencia a la nación. Pero el olvido de esas asimetrías oculta quiénes son los ganadores y perdedores de esa asociación.
Ferrer introduce su distinción entre la identidad y la densidad nacional, como factor determinante de los éxitos y fracasos de cada proceso de desarrollo. Pero no aclara cuál es la concatenación lógica de su razonamiento. Se limita a constatar que algunos países logran objetivos que otros no alcanzan, sugiriendo que las idiosincrasias definen la posición final de cada concurrente.
Pero como ese resultado sólo se conoce a posteriori, parecería inferirse que si una economía avanzó contenía un espíritu nacional sólido y si retrocedió, arrastraba un cimiento frágil. De este contraste no emerge ninguna explicación.
Al igual que Bresser, el acento nacionalista ya no es ubicado en el resguardo a una industria naciente, sino en las estrategias de incorporación al capitalismo internacionalizado. Por un lado, Ferrer relativiza el alcance de la mundialización -resaltando la continuada centralidad del mercado interno- y por otra parte convoca a encontrar caminos de inserción, en la “globalización que cada país merece”.
En ambos diagnósticos se jerarquiza el margen de acción autónomo de las naciones, moderando las adversidades estructurales que subrayaba la vieja CEPAL. Ahora todo depende de la capacidad para forjar “densidades nacionales”, más allá de los términos de intercambio o de la ubicación periférica en la división internacional del trabajo.
Ferrer mantiene la distinción entre países centrales y economías subordinadas que planteó Prebisch, pero reduce la gravitación de esas diferencias. Resalta la incidencia de las políticas nacionales en la ubicación de cada economía, reafirmando la primacía de las voluntades internas.
Todos los teóricos neo-desarrollistas registran, igualmente, el efecto desestabilizante de la mundialización sobre las identidades nacionales. Ese proceso redistribuye niveles de soberanía, desplaza funciones de los estados hacia organismos supranacionales, y erosiona la idea de nación como resguardo último de la ciudadanía.
Pero asumen una actitud pragmática frente a esa mutación. Toman distancia del viejo nacionalismo autárquico sin adscribir al globalismo neoliberal. Ya no postulan teorías del resurgimiento nacional, pero tampoco aceptan los presagios de declive de esa entidad. Buscan un punto intermedio que probablemente refleja las peculiaridades de América Latina.
Esta región no afronta, por ejemplo, los dilemas de los países involucrados en la construcción europea. Allí el nacionalismo reaparece frente a la brutal pérdida de derechos soberanos, que impone la gestación de un estado continental al servicio del gran capital. En América Latina tampoco se vislumbra el repunte de los nacionalismos con ambiciones subimperiales, que se verifica en Rusia, Turquía o India.
En los principales países sudamericanos el viejo nacionalismo burgués ha quedado sustituido por banderas más regionalistas. Este nuevo estandarte es afín a las necesidades que enfrentan las grandes firmas para ampliar mercados, fabricar bienes en forma conjunta o gestar uniones aduaneras en el molde del MERCOSUR.
Este regionalismo capitalista sintoniza con las empresas multinacionales de base local que operan en la región. Incentiva una ideología de la integración que gana influencia frente al viejo patriotismo. Hay pocas convocatorias a forjar una “Argentina Potencia” o una “Civilización Brasileña” y muchos llamados a reforzar un polo sudamericano, con agenda propia en la globalización.

RITMOS INSTITUCIONALES

El neo-desarrollismo introduce una visión más pausada del desenvolvimiento. La esperanza en la industrialización acelerada que predominaba en los años 50 o 60 ha sido sustituida por una expectativa menos impetuosa del avance capitalista. Este cambio no obedece sólo a las decepciones acumuladas durante varias décadas. Expresa, además, la influencia de los regímenes constitucionales.
Los teóricos neo-desarrollistas ya no divorcian su visión del crecimiento del modelo político vigente. Con la desaparición de las dictaduras se extinguieron las antiguas ilusiones en el ejército como principal artífice de la industrialización. El alto número de funcionarios desarrollistas que participaba en los gobiernos militares es un recuerdo del pasado.
La actual mirada gradualista se adapta a la lentitud de los ritmos institucionales y se nutre de visiones heterodoxas de la economía contemporánea. Estas concepciones suponen la vigencia de un sistema económico-político que distribuye los excedentes, en proporción a la influencia alcanzada por las distintas fuerzas sociales. Considera que la sociedad armoniza los conflictos entre estos grupos, seleccionando a través del voto las alternativas más convenientes para la mayoría .
Pero con este enfoque se ignora la dominación que ejercen los capitalistas. Esa supremacía les permite acotar los márgenes de elección ciudadana, imponiendo límites muy estrictos a cualquier decisión que afecte sus intereses. Los acaudalados hacen valer siempre la “opinión de los mercados” para definir el curso de la producción y la finanzas .
Una confirmación contundente de esta supremacía se verificó en América Latina, durante las regresivas décadas de constitucionalismo que sucedieron a las dictaduras. En ese período el ámbito institucional fue utilizado por el neoliberalismo para perpetrar cirugías sociales a favor de los capitalistas.
En lugar de evaluar esa experiencia, el neo-desarrollismo repite la ingenua presentación de la institucionalidad burguesa, como un ámbito neutral de administración de las tensiones sociales. Propaga, además, el mito del desarrollo como un premio a la calidad de esos organismos, estableciendo rigurosos paralelos entre el crecimiento y la eficiencia de los sistemas de votación, el aumento de la transparencia o la reducción de la corrupción .
También aquí, parece olvidar que la erradicación del subdesarrollo siempre estuvo más obstruida en América Latina por los intereses e incapacidades de los grupos dominantes, que por el presidencialismo, el laberinto legislativo o el letargo judicial.
Pero lo más curioso del neo-desarrollismo son las contradicciones que rodean a su propio discurso de ensalzamiento de las instituciones. Mientras realza la gravitación de esas entidades elogia modelos asiáticos plagados de autoritarismo.
El apego a la moda constitucionalista conduce también a presentar la historia latinoamericana, como un proceso de desarrollo jalonado por logros institucionales. Los neo-desarrollistas suponen que esos hitos determinaron el curso de la región, desde la Independencia hasta las repúblicas conservadoras y los sistemas políticos actuales .
Pero esos parámetros institucionales se ajustaron en realidad a otros determinantes más significativos del sendero seguido por el capitalismo regional. Las condiciones favorables o desventajosas para la acumulación, siempre operaron como el principal condicionante de esos procesos. Las transformaciones institucionales sólo incidieron sobre ese curso a través de confrontaciones políticas, a su vez influidas por la intensidad y el resultado de las luchas populares. El razonamiento puramente institucional ignora la incidencia de estas fuerzas económico-sociales subyacentes, que han determinado la evolución latinoamericana.

MODERNIDAD Y CAPITALISMO

El institucionalismo neo-desarrollista apuesta al afianzamiento de la modernidad para expandir el progreso. Considera que ese estadio aproxima a la civilización a un orden superior de convivencia humana, abriendo senderos de armonía y bienestar social.
¿Pero esta utopía positiva del porvenir es compatible con el capitalismo? Sus promotores presuponen que sí y rechazan el proyecto rival del comunismo que pregona el marxismo. Sin embargo no explican cómo podría alcanzarse la gran meta de la equidad, bajo un sistema asentado en la explotación y la desigualdad .
Los teóricos de la modernidad neo-desarrollista afirman que América Latina se encaminará hacia una sociedad promisoria, si consolida la heterogeneidad y el encuentro de culturas que ha singularizado su historia .
Pero con esta visión repite la presentación idílica de la región como un ámbito de convergencias. Evitan recordar el terrible pasado de dominación que inicio el colonialismo con la importación de esclavos y la imposición de la servidumbre entre los pueblos originarios. Sólo afirma que esos vestigios han quedado superados, desde la generalización de normas modernas de consideración y respeto.
Como eluden definir cuál es la relación de ese concepto con el capitalismo, no se sabe de qué forma la consolidación de la modernidad corregiría las desgracias actuales de la región. Simplemente esperan la extinción de esas desventuras, junto a la desaparición de las rémoras pre-modernas que arrastra América Latina.
Este razonamiento tiene muchas similitudes con las teorías liberales, que atribuían el subdesarrollo a la persistencia de sociedades tradicionales adversas a la modernización. Sustituir este último término por su análogo de modernidad no modifica mucho el mensaje final.
La modernidad no es un concepto sustitutivo del capitalismo para estudiar el desarrollo. Es una vaga noción que no aporta criterios de indagación superadores de los enfoques centrados en la dinámica de las fuerzas productivas y la lucha de clases. Mientras que estos dos últimos parámetros clarifican el curso de la evolución social, la mera búsqueda de valores altruistas modernos no brinda pistas para entender el rumbo de la sociedad.
Las categorías del marxismo privilegian los estudios basados en las transformaciones de los modos de producción y los antagonismos entre las clases sociales. La óptica de la modernidad contrapone a este enfoque todo tipo de indefiniciones. Nunca se sabe si sus criterios aluden a metáforas, a formas de concebir los relatos históricos, a sensibilidades artísticas o a lógicas culturales .
Estas ambigüedades son mucho mayores en el plano político. En este terreno la modernidad es habitualmente asociada con la consolidación de la ilustración, la primacía de la razón o la expansión de la secularidad. Pero también aquí el logro de esas metas es incompatible con la perpetuación del capitalismo. Aproximarse a la concreción de ese tipo de ideales exige erradicar el sistema social imperante.

ELITES CLARIVIDENTES

A pesar de su enfática reivindicación de la burguesía, el desarrollismo siempre intuyó la incapacidad de los capitalistas latinoamericanos para consumar el crecimiento auto-sostenido. Por esta razón sus alabanzas al empresariado fueron complementadas con la búsqueda de sustitutos para implementar ese proceso.
Desde los años 50 concibió el surgimiento de distinto tipo de elites como reemplazantes potenciales de la burguesía. Imaginó que ese grupo encabezaría el mismo proceso que condujo a la pujanza de Occidente
Algunos autores explicaron el despegue inicial de Inglaterra, el salto posterior de Estados Unidos y la expansión de Francia o Alemania por el liderazgo ejercido por ciertas minorías clarividentes. Atribuyeron esa capacidad a un legado de cultura europea urbana heredado del Renacimiento y la Reforma y estimaron que la ausencia de esos sectores esclarecidos frustró el desenvolvimiento de Rusia o China. Evaluaron que en América Latina las elites conservaron ideales aristocráticos, convalidaron la apropiación latifundista de la tierra y avalaron el bloqueo de la industrialización .
Esta interpretación weberiana supone que ciertas minorías transmiten al resto de la sociedad, los valores requeridos para el desarrollo. Introducen flexibilidad política, tesón comercial, austeridad de las costumbres, prédica humanista y movilidad social.
Pero esta visión acepta todos los mitos euro-céntricos que idealizaron el debut capitalista en Occidente. Ignora interpretaciones más consistentes, centradas las condiciones que facilitaron los rápidos saltos de la acumulación primitiva a la acumulación del capital, que registró Europa Occidental.
Estas teorías subrayan la celeridad de la revolución agraria que precedió a la industrialización, el papel central de los estados absolutistas o las ventajas obtenidas con el colonialismo. Aportan caracterizaciones más sólidas de ese inicio capitalista, que las visiones focalizadas en la existencia de grupos iluminadores del rumbo a seguir.
La mirada marxista permite comprender los caminos elegidos por las clases capitalistas triunfantes, en función de las condiciones político-sociales en que actuaron. Por el contrario, la sociología convencional reduce ese proceso a los atributos peculiares de las elites. Las viejas simplificaciones que realzaban el rol de los reyes, los sabios o los generales son extendidas a un segmento más amplio. Pero en ambos casos la clave de la historia es situada en la existencia de núcleos capacitados (o destinados) a liderar el desarrollo.
La lucidez de estos sectores queda transformada en el principal motor de la evolución social. Pero este factor sólo incidió en procesos condicionados por la estructura socio-económica, la inserción internacional de cada región y el tipo de conflictos predominantes entre clases dominantes y dominadas. La simple contraposición de elites clarividentes que permiten el progreso con minorías incapaces de repetir ese rumbo, no aporta explicaciones del subdesarrollo.
En América Latina la teoría de las “elites fallidas” subraya la existencia de fracturas entre este sector y las masas. Remarca la reiterada predilección de esos grupos por servir a los poderosos. Considera que por esa razón no logró autoridad para transmitir los valores de esfuerzo, productividad y responsabilidad, que necesitaba el conjunto de la población .
¿Pero las clases dominantes estuvieron exentas de esas falencias? Al eludir este análisis se omite indagar el anclaje social de las limitaciones observadas en las elites. Estas capas ejercen funciones estratégicas en la sociedad, sólo en consonancia con las clases dominantes. Ambos sectores actúan en forma autónoma, pero apuntalan los mismos intereses, refuerzan los mismos privilegios y defienden el mismo sistema social.
La tradicional expectativa desarrollista en las elites como sustitutos de los capitalistas ignora estas ligazones. Supone que si un grupo especializado evita las carencias de las clases dominantes el progreso estará asegurado.
Es cierto que en el caso latinoamericano las elites estuvieron más interesadas en servir a los poderosos, que en gestar procesos de desarrollo compartidos con las masas. Pero no se enemistaron con el pueblo por falta de lucidez, sino por su estrecho parentesco con procesos de acumulación manejados por la burguesía.

CONTRASTES Y COMPARACIONES

El neo-desarrollismo atribuye la bifurcación que actualmente se observa entre Asia y América Latina, al comportamiento de las elites de cada zona. Considera que las minorías orientales no están atadas al pasado europeo y actuaron con pautas de soberanía indígena, en lugar de repetir la actitud mestiza de subordinación que imperó en el Nuevo Mundo. Por eso lograron impulsar potentes proyectos nacionales primero en Japón, luego en Corea, Taiwán, Hong Kong, Singapur, posteriormente en Malasia y Tailandia y actualmente en China, India y Vietnam .
De esta forma los países asiáticos son agrupados en un pelotón de exitosos, dotados de las mismas condiciones virtuosas que anteriormente se asignaba a Europa. El contraste con América Latina ya no se hace por la insuficiente asimilación de Occidente, sino por el exceso de esa influencia. Como la región estuvo más conectada que Asia al Viejo Continente, aquí se gestaron elites híbridas carentes de la autonomía que preservaron sus pares de Oriente.
Esta explicación sustituye los viejos prejuicios del Euro-centrismo por las nuevas arbitrariedades del Asia-centrismo. Todo lo que obstruía el desarrollo ahora es visto como un factor impulsor de ese progreso. El esquema es tan arbitrario que presenta a las sociedades orientales como paradigmas de soberanía, cuando la mayoría de sus grupos dirigentes mantuvo niveles de subordinación al capital extranjero muy superiores a Latinoamérica. En la misma época que esta región conquistaba su independencia formal, Asia iniciaba un largo proceso de sometimiento semicolonial, que perduró hasta mediados del siglo XX. Japón fue la excepción.
Este tipo de unilateralidades florece cuando se explica el crecimiento de una región frente a otra por ciertas cualidades de las elites, olvidando el comportamiento del mismo grupo en el período precedente. Como se busca enfatizar la continuidad de ciertos valores determinantes del desarrollo (tradiciones productivas, estabilidad institucional, consenso social) se supone que esos rasgos son de larga data. Este artificio exige ignorar todos los acontecimientos que desmienten ese presupuesto.
Las caracterizaciones del desarrollo basadas en la idiosincrasia de las elites fueron utilizadas en los años 80, para situar el secreto del auge japonés en una ética del trabajo recreada por la autoridad paternal. Pero se olvida que estos mismos rasgos eran considerados un lastre en el período precedente, cuando los teóricos de la modernización cuestionaban las barreras interpuestas por las tradiciones al despegue de cualquier economía. En esa época el localismo era sinónimo de provincialismo, la aversión a Europa era consideraba una rémora de pasados feudales y la continuidad de las costumbres era vista como un obstáculo a la iniciativa del empresario. Estos defectos se han transformado ahora en virtudes determinantes del milagro oriental.
El privilegio analítico asignado a las elites en desmedro de la dinámica objetiva de la acumulación y el comportamiento de las clases sociales obstruye el análisis. Sólo observando el comportamiento de las oligarquías, las burguesías nacionales y los capitalistas locales de América Latina resulta posible comprender conductas de las elites.
La ausencia de estas conexiones conduce a dos variantes simplificadas de interpretación del subdesarrollo latinoamericano. En un caso se afirma que las elites fallaron en el manejo del estado por su incapacidad para encauzar a la región en el “catch up”. En la otra vertiente se estima que las elites no lograron superar las carencias históricas de la sociedad civil (faltó Renacimiento, Ilustración y Revolución Industrial), de la estructura social (estrechez de la clase media) o del entramado institucional (legado de autoritarismo) .
En el primer caso se magnifica la autonomía del estado y en el segundo se idealiza la sociedad civil. Pero en las dos variantes se omite la complementariedad existente entre ambas esferas. La apropiación de trabajo ajeno que consuman los capitalistas en el ámbito privado es garantizada por los mecanismos legales de la estructura estatal.
La gran inestabilidad que ha padecido América Latina en los dos terrenos no obedece a la impotencia de las elites. Deriva de la inserción internacional periférica y la debilidad de las clases dominantes frente a la pujanza de los movimientos populares.
Otra modalidad de reivindicación de las elites exalta los segmentos más tecnocráticos de esos grupos. Considera que esas minorías detentan virtudes irreemplazables como organizadores del crecimiento. Estima, por ejemplo, que Chile ha logrado grandes éxitos en comparación a otros países por la eficiencia que demostraron esos sectores en la gestión del estado .
Pero la economía trasandina ha sido un gran laboratorio de políticas neoliberales que generaron desigualdad social, precarización laboral y concentración del ingreso. Se apuntaló una clase capitalista, que lucra con la inserción primarizada del país como exportador de productos básicos.
Algunos neo-desarrollistas soslayan estos problemas retomando la reivindicación del modelo político chileno de la Concertación, que previamente ponderó el neo-estructuralismo. Esa corriente consideró factible morigerar el esquema neoliberal legado por la Constitución Pinochetista, mediante políticas de atenuación de la pobreza y mejora de la educación .
Pero el resultado de esa experiencia está a la vista. En Chile se afianzaron los privilegios de los poderosos en un clima represivo, signado por el endeudamiento personal para acceder a la educación superior y un sistema de pensiones privadas que otorga jubilaciones ínfimas.

CONCLUSIÓN

De todo lo expuesto se deduce que el neo-desarrollismo actual constituye apenas un esbozo de estrategias gubernamentales. Ha sido tomado por ciertos gobiernos, corrientes políticas y pensadores para inducir conductas industrializadoras de las burguesías locales. Buscan que ese sector emprenda procesos de inversión, para recomponer la gravitación manufacturera con nuevos perfiles exportadores.
Pero hasta ahora han obtenido pocos resultados en la ilustrativa experiencia de Argentina y en el tibio ensayo de Brasil. A la luz de estos intentos, el neo-desarrollismo emerge tan sólo como una tendencia del escenario regional.
Quienes le asignan gran futuro trazan comparaciones con el pre-desarrollismo de los años 30. Recuerdan que en esa época pocas voces intelectuales anticiparon el proyecto que se implementaría posteriormente. Pero las visiones más críticas también rememoran los numerosos proyectos de resurgimiento fallido, que sucedieron a la etapa clásica de los años 50-60.
En cualquier caso el neo-desarrollismo se encuentra en un estadio de inicio. No representa un proyecto significativo de las clases dominantes comparable a su clásico antecesor. El neoliberalismo persiste como el principal organizador de las concepciones y prácticas de los capitalistas. Por esta razón las vertientes neo-desarrollistas presentan tantos vasos comunicantes con la matriz neoliberal.
La caracterización de este fenómeno debe incorporar su dimensión política. No basta con observar cuál es el modelo macro-económico promovido o qué fracción del capital se beneficia con esa orientación. Hay que notar las afinidades de este proyecto con cierto tipo de gobiernos.
En el caso sudamericano ha sido muy visible su sintonía con los presidentes de centroizquierda, que buscan recuperar autonomía geopolítica a través del MERCOSUR o adoptan un perfil de conciliación de clases y pactos sociales. En este terreno se distancian de los gobiernos derechistas, alineados con Estados Unidos, que mantienen orientaciones explícitamente anti-desarrollistas. En los países donde esa hegemonía neoliberal ha sido más persistente (Colombia, México, Chile), los márgenes para el despunte neo-desarrollista han sido reducidos.
¿Pero qué ocurre en los gobiernos de Venezuela o Bolivia que presentan una fisonomía más radical? ¿Promueven también estrategias neo-desarrollistas? ¿Qué significado tienen los nuevos conceptos de social-desarrollismo y pos-desarrollismo? Abordamos estos temas en nuestros próximos textos.
4-7-2014

RESUMEN

El neo-desarrollismo elogia a los empresarios con la misma naturalidad que reivindica al capitalismo. Observa contratos voluntarios donde impera la coerción y percibe conductas emprendedoras entre los demandantes de auxilio estatal. Se amolda a burguesías locales más internacionalizadas y prioriza el sometimiento de los oprimidos a la imposición de mayor disciplina estatal a los poderosos.
El subdesarrollo no deriva de la ausencia de un funcionariado eficaz, ni se corrige con burocracias eficientes. Esas capas actúan en consonancia con las clases dominantes y reflejan sus limitaciones. El neo-desarrollismo atenúa la ideología nacionalista, eliminando resabios antiimperialistas. La distinción entre identidad y densidad nacional no explica los resultados de cada economía. El nacionalismo burgués ha perdido funcionalidad y tiende a ser sustituido por el regionalismo capitalista.
Mientras las nuevas miradas institucionalistas aceptan ritmos más pausados de desenvolvimiento, la identificación del desarrollo con la modernidad elude el análisis del capitalismo y sintoniza con los planteos tradicionales del liberalismo.
Al atribuir el subdesarrollo a la ausencia de elites clarividentes se olvida el comportamiento de las clases dominantes. La evolución divergente de Latinoamérica y el Extremo Oriente no obedece a la conducta de esas minorías, ni tampoco al rol de la tecnocracia. Hasta ahora el neo-desarrollismo sólo despunta como un esbozo en un escenario con predominio neoliberal.

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