El neo-desarrollismo elogia a los empresarios con la misma naturalidad que reivindica al capitalismo. Observa contratos voluntarios donde impera la coerción y percibe conductas emprendedoras entre los demandantes de auxilio estatal. Se amolda a burguesías locales más internacionalizadas y prioriza el sometimiento de los oprimidos a la imposición de mayor disciplina estatal a los poderosos.
El subdesarrollo no deriva de la ausencia de un funcionariado eficaz, ni se corrige con burocracias eficientes. Esas capas actúan en consonancia con las clases dominantes y reflejan sus limitaciones. El neo-desarrollismo atenúa la ideología nacionalista, eliminando resabios antiimperialistas. La distinción entre identidad y densidad nacional no explica los resultados de cada economía. El nacionalismo burgués ha perdido funcionalidad y tiende a ser sustituido por el regionalismo capitalista.
Mientras las nuevas miradas institucionalistas aceptan ritmos más pausados de desenvolvimiento, la identificación del desarrollo con la modernidad elude el análisis del capitalismo y sintoniza con los planteos tradicionales del liberalismo.
Al atribuir el subdesarrollo a la ausencia de elites clarividentes se olvida el comportamiento de las clases dominantes. La evolución divergente de Latinoamérica y el Extremo Oriente no obedece a la conducta de esas minorías, ni tampoco al rol de la tecnocracia. Hasta ahora el neo-desarrollismo sólo despunta como un esbozo en un escenario con predominio neoliberal.